viernes, 13 de junio de 2014

El mito de la mano invisible y la falacia del egoísmo



La tan cacareada mano invisible de quien muchos consideran el padre de la Economía actual, Adam Smith (1723-1790), es la metáfora más popular de la Economía, así como la más llamativa distorsión que podemos encontrar en la historia del pensamiento. Asociada a la autorregulación de los mercados, de manera que si las personas actúan en función de su propio interés, sin proponérselo, guiados por una mano invisible, lograrían una solución de mercado que es óptima en términos de Pareto, es decir, nadie podría mejorar su posición de equilibrio sin empeorar la de otro, es hoy, a grandes rasgos, junto con el concepto de homo economicus, el núcleo principal del mainstream de la Economía académica, y que lleva a la famosa consigna política <<laissez faire, laissez passer>> que todo liberal dogmático lleva por bandera.

Aquí hay dos cuestiones a examinar, ya que la figura de la mano invisible nos lleva, irremediablemente, hacia el concepto de egoísmo atribuido como motor de la prosperidad. La referencia a la mano invisible aparece tres veces en toda la obra de Smith, la última en el libro IV de su principal obra, “La riqueza de las naciones” (1776). En su libro “La riqueza de las ideas: una historia del pensamiento económico” que vio la luz por primera vez en italiano en 2001 (2006 en castellano), Alessandro Roncaglia señala que las tres referencias a la mano invisible en la obra de Smith no ofrecen evidencias para sustentar la interpretación actual que se le asocia, como también recalca Gavin Kennedy en su libro “Adam Smith’s Lost Legacy”, publicado en 2005, donde denuncia la distorsión de las ideas del economista y filósofo escocés. Publicado en ese mismo año y traducido en 2011 al castellano, en “El mito de la mano invisible” Roncaglia se hace eco de una publicación de Gilibert(1998), quien observa que ni los contemporáneos de Smith ni los estudiosos de su pensamiento hasta mediados del siglo XX prestaron atención alguna al tema de la mano invisible, afirmando que el origen de la interpretación actual se encuentra en George Stigler, Nobel de Economía en 1982, que en 1951 publicó un articulo sobre la división de trabajo donde reconstruía las ideas de Smith, que luego serían tomadas por Arrow y Debrew tras desarrollar su teoría axiomática general del equilibrio económico, dándole el derecho a la teoría moderna a ser vista así como la coronación del diseño cultural smithiano.

El segundo punto, sacado del frecuentemente citado ejemplo sobre el carnicero, el cervecero y el panadero, y el papel mutuamente beneficioso del comercio movido por su interés privado, se basa en Smith en un doble supuesto: la idea de que cada persona conoce mejor que cualquier otra sus propios intereses, y otro que ha quedado enterrado por la influencia central del utilitarismo en la visión del homo economicus de la teoría neoclásica, que es el principio moral de la “simpatía”, expuesto en su obra “Teoría de los sentimientos morales” (1759). Siguiendo a Roncaglia (2006) la distinción del interés privado e interés público se convierte en un conflicto irreconciliable solo si el interés privado se interpreta de modo restrictivo, como egoísmo más que como interés personal, implicando el último la atención a los propios intereses moderados por el reconocimiento o simpatía de los intereses de los demás.

Son estos dos aspectos los que ponen sobre el tapete la ignorancia de quienes hacen alegremente uso del pensamiento de Smith para implicaciones que no tendrían nada que ver, dentro de una estructura marginalista que difiere totalmente de sus ideas originales. ¿Por qué no se ha producido un debate sobre la teoría de Adam Smith, como surgió, por ejemplo, con la publicación de la edición critica de los escritos de David Ricardo por Piero Sraffa? Parece no interesar, no vaya a ser que la elocuencia del discurso ortodoxo, que no su validez, cada vez más puesta en duda por la realidad, quede alterada por la pérdida de uno de los anclajes que lo legitima.

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